Sigamos teniendo Memoria para un futuro próspero
La historia en la Argentina ya se ha asumido por muy dolorosa que esta sea, y dando por conclusión que desde 1976 hasta aproximadamente 1983, la tortura fue un instrumento o una practica institucionalizada, avalada por el gobierno de facto y por ende por el Estado Argentino.
Fue inmenso el sufrimiento de las víctimas, de quienes fueron detenidos y encarcelados por razones políticas, la mayoría torturados. Independientemente de las ideas que cada uno profese, esos compañeros merecen el respeto de todos los argentinos.
Desde el Nunca más, la madurez argentina fue tomando su rumbo hacia el esclarecimiento de aquella parte de la verdad que todavía permanecía oculta a los ojos de mucha gente. Su contenido se haría público y estaría al alcance de todos los argentinos y de la comunidad internacional.
Fue un informe elaborado con extrema acuciosidad, en el que se recogió miles de testimonios, fue el primer paso hacia la verdad y paso para recomponer nuestra memoria colectiva. Representó un acto de dignificación de las víctimas y un empeño por sanar las heridas de nuestra alma nacional.
Leerlo causó conmoción, experiencias estremecedoras, sintiendo muy de cerca la magnitud del sufrimiento, la sin razón de la crueldad extrema, la inmensidad del dolor.
A 30 años de tanto dolor la agrupación Peronismo en Acción se solidariza con aquellas víctimas y sus familias.
Actualmente la inmensa mayoría sentirá el dolor de los que sufrieron y reafirmará su adhesión a la libertad y los derechos humanos.
Uno reflexiona y se pregunta ¿Cómo explicar tanto horror? ¿Qué pudo provocar conductas humanas como las que allí aparecieron o se comentaron? No hay respuesta para ello. Como en otras partes del mundo y en otros momentos de la historia, la razón no alcanza a explicar ciertos comportamientos humanos en los que predomina la crueldad extrema. ¿Cómo explicar que muchísimas personas detenidas señalaron haber sufrido torturas? ¿Cómo explicar que de cientos de testimonios de mujeres, casi todas señalaron haber sido objeto de violencia sexual?.
Y hay más interrogantes. ¿Cómo es que pudimos vivir tantos años de silencio? Sabemos que durante la dictadura el silencio era consecuencia del miedo, pero eso no lo explica todo. Del lado de las víctimas, el silencio se relaciona con una actitud de dignidad básica.
La dictadura logró quebrar vidas, destruir familias, debilitar las perspectivas personales, la impotencia de poder ofrecer a los hijos una vida mejor.
Es más, la angustia y la desconfianza, unidas a la desesperanza y la autodesvalorización, empobrecieron y deterioraron las relaciones afectivas. Las personas no modificaron solamente sus estados de ánimo habituales, sino también sus intereses, sus actitudes y, no rara vez, aspectos importantes de su propia identidad. Muchos comentaron que se han vuelto irritables e intolerantes, volcando la rabia contra sí mismos y contra las personas cercanas, al grado de provocar importantes crisis e incluso separaciones. Se procedió una tendencia autodestructiva. Todo ello estuvo cubierto durante mucho tiempo por un espeso e insano silencio.
Eso tenía que terminar, y ha terminado, dando el primer paso el ex presidente de la Nación, Raúl Afonsín, y culminando con ese silencio y años de impunidad para los represores, nuestro actual Presidente de la Nación, Carlos Néstor Kirchner con la entereza de las víctimas y sus familiares, así como de las personas e instituciones que siempre estuvieron presente con el fin de que el silencio no se convirtiera en olvido. Allí residió la fortaleza moral de las víctimas.
Algunos preguntarán si tiene sentido después de tantos años de los hechos, pero no se trata únicamente de horrores del pasado, sino también de daños que permanecen hasta hoy. Era necesario saldar la deuda y enfrentarse a esa parte traumática de verdad que era debida y completar el proceso de justicia y reparación al que las víctimas tienen derecho.
En esos oscuros días del ayer, a través de la prisión y la tortura, a estos compañeros y sus familias se les trató de arrebatar su dignidad para siempre.
Reivindicarlos treinta años después es exaltar esa dignidad que nunca perdieron y que fue el sustento moral de la lucha por recuperar la Democracia. La recuperación de la memoria.
Ha sido un largo, paciente, y complejo camino. Varios fueron los pasos sembrados y hoy a 30 años podemos decir que se hizo justicia, y como bien dijo una vez Lagos, Presidente Chileno, "No hay mañana sin ayer", Hoy podemos empezar a vislumbrar un futuro diferente.
El reconocimiento de este triste capítulo de nuestra historia permite que todos los argentinos nos sintamos hoy parte de una misma comunidad y de un mismo destino.
Hoy podemos mirar con serenidad nuestro pasado. Estamos construyendo una democracia cada día más sólida y bregando por el progreso y la justicia social, que son la base de una nación cohesionada. Hemos recuperado la necesaria armonía entre la sociedad y sus instituciones armadas. Tenemos la fortaleza suficiente para transformar el dolor en memoria y la memoria en unidad nacional, en futuro compartido.
Se terminó el silencio, se desterró el olvido, se reivindicó la dignidad y el Estado, con su conductor el presidente de la Nación respondiendo con el fin de sanar las heridas y no reabrirlas.
El camino de hacerse cargo de ese pasado ha sido largo, difícil, complejo. Asumir la cruda verdad de lo ocurrido y la responsabilidad de lo obrado, no ha sido fácil para ningún argentino.
Como sociedad hemos ido abriendo los ojos a la realidad de nuestros compañeros desaparecidos, ejecutados, exiliados y exonerados.
El Estado, en la medida de las posibilidades, se ha ido proponiendo y definiendo medidas de reparación moral, simbólica, y también económicas, a todas las personas que fueron víctimas de atropellos a sus derechos más elementales.
Se ha hecho no para reavivar rencores y divisiones, sino para fortalecer la convivencia y la unidad de todos los argentinos.
Pero, también es cierto, todo esto se hace treinta años después en que las víctimas no son las mismas y miran de otra manera lo que son y lo que habrían podido ser. Treinta años después, en que las instituciones y las personas involucradas de alguna manera en estos hechos tampoco son las mismas. Treinta años después en que tenemos un país muy diferente, que nos obliga a reconocer algo que siempre debió ser reconocido como inaceptable.
Y, por lo mismo, treinta años después en que hemos vivido un proceso de enfrentar muchos dolores, en que ha despuntado la justicia en muchos casos y en que miramos con otros ojos el futuro, también se puede esperar una generosidad mayor para acoger e integrar en lo mejor de nuestra vida social a aquellos que han sido víctimas de la descalificación, la injusticia y el silencio.
Mirar los hechos con treinta años de distancia ofrece la oportunidad de verlos de otra manera. Permite reconocer algo que no fue fácil de admitir para muchos en ese momento, como lo inaceptable de la prisión política en las condiciones en que fue impuesta, y lo inaceptable de la tortura bajo cualquier circunstancia. Conocer lo ocurrido, en el caso de una inmensa cantidad de compatriotas, y recordarlo, en el caso de muchos otros, abre la posibilidad de alcanzar el compromiso de hacer lo necesario para que en el curso de la historia futura no vuelva a desconocerse la dignidad de ninguna persona. Para esto, la convivencia social debe fundarse en ese compromiso.
Hemos sido capaces de mirar toda la verdad de frente por lo tanto podemos empezar a superar el dolor, a restaurar las heridas, para nunca más vivirlo y nunca más negarlo. La memoria permanecerá en todos los argentinos, con ella debemos seguir construyendo el nuevo destino que anhelamos para esta nueva Argentina.
Lic. Gustavo Álvarez
Ideas para San Martin